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Retornos: Ayala en Granada, 1977, 1983, 1985

En enero de 1977 Francisco Ayala vino a Granada para dar dos conferencias: una en la Facultad de Letras, gracias a la invitación del profesor Emilio Orozco; y otra en el Banco de Granada, que patrocinaba la estancia. Era su segunda visita a la ciudad desde su remota juventud, pero resultó muy diferente a la de 1960: Ayala regresaba ahora a una Granada más moderna, ya en transición hacia la democracia, para las que eran sus primeras intervenciones públicas en su ciudad natal. En el tiempo libre, sus pasos se encaminaron hacia el Albaicín, la Alhambra y los santos lugares de su infancia para vivir un reencuentro más íntimo con la ciudad.

Francisco Ayala y Emilio Orozco en el patio del monasterio de La Cartuja, en 1977.

La publicación del primer volumen de las memorias de Francisco Ayala, Recuerdos y olvidos, propició un encuentro en 1983 con familiares granadinos descendientes de su padrino, Pedro Arroyo Pineda, con quienes compartió mesa en la antigua casa de este, en la calle San Jacinto. En este viaje Ayala recibió un homenaje de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Granada, e hizo costumbre de las visitas a los lugares de la ciudad que resultan significativos en su vida y en su obra literaria.

Cuando Francisco Ayala estudiaba el bachillerato en Granada, solía subir con un libro a la Alhambra: «me sentaba en el banco de piedra del palacio de Carlos V; apoyada la espalda en los bruñidos bajorrelieves, y distraído a ratos con el rumor del agua, con las aves que cantaban ocultas o surcaban el cielo tan azul, mis ojos volvían después a las páginas del libro, sin prisa». En la casa de sus familiares, en Cájar, pudo revivir un verano de su adolescencia: el alegre viaje desde Granada con sus padres y hermanos en un coche de mulas, el recuerdo de una acequia que atravesaba el huerto…; y comprobar que buena parte de ese pasado aún se conservaba.

Cuando Francisco Ayala estudiaba el bachillerato en Granada, solía subir con un libro a la Alhambra: «me sentaba en el banco de piedra del palacio de Carlos V; apoyada la espalda en los bruñidos bajorrelieves, y distraído a ratos con el rumor del agua, con las aves que cantaban ocultas o surcaban el cielo tan azul, mis ojos volvían después a las páginas del libro, sin prisa». En la casa de sus familiares, en Cájar, pudo revivir un verano de su adolescencia: el alegre viaje desde Granada con sus padres y hermanos en un coche de mulas, el recuerdo de una acequia que atravesaba el huerto…; y comprobar que buena parte de ese pasado aún se conservaba.