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Granada en la literatura de Ayala

En el centro, bajo la balaustrada de macetas floridas, la fuente redonda, casi a nivel del suelo, con su surtidor; y junto a ella, tendido en el suelo también, el aro de juguete, azul y rojo, que una niña ha dejado caer. Dos círculos, el aro y la fuente, uno más pequeño y el otro bien grande, tendidos ambos sobre la arena. Los veo como círculos, pero al mismo tiempo me doy cuenta de que en realidad su forma es oblonga; la mano que los trazó en el lienzo supo –cuestión de perspectiva– invitar así a la ilusión del círculo.

«Nuestro jardín», El jardín de las delicias

Luz García-Duarte
Nuestro jardín
1899
Óleo sobre lienzo, 57,5 x 82 cm
Fundación Francisco Ayala

De rodillas junto al catre, en el rostro las ansias de la muerte, crispadas las manos sobre el mástil de un crucifijo, aún me parece estar viendo, escuálido y verdoso, el perfil del santo. Lo veo todavía: allá en mi casa natal, en el testero de la sala grande. Aunque muy sombrío, era un cuadro hermoso con sus ocres, y sus negros, y sus cárdenos, y aquel ramalazo de luz agria, tan débil que apenas conseguía destacar en medio del lienzo la humillada imagen…

«San Juan de Dios», Los usurpadores

Mi abuelo era un profesional, un hombre de carrera y, por lo demás, un self-made man: no un aristócrata. De otra especie era su nobleza. Médico y profesor de la facultad, se había sabido labrar una posición eminente con su solo esfuerzo. Pero, por encima de tales méritos, era ante todo un caballero.

«Retrato de un caballero», La niña de oro y otros relatos

«¡Tanta hermosura, duele!», te oí decir. Y cuando, un poco sorprendido, me volví a mirarte, vi correr lágrimas por tu cara. […] Era otoño. Estábamos pasando algunos días en mi recuperada tierra granadina. Habíamos subido a la Alhambra y, olvidados, paseábamos por los jardines del Generalife, bordeando los arriates de arrayanes, junto a los macizos de flores, alrededor de las fuentes, bajo un cielo de azul perfecto, sin otro ruido que el continuo rumor del agua y algún gorjeo del pájaro que tal vez ha saltado de una rama a otra.

«Lloraste en el Generalife», El jardín de las delicias

«¡Tanta hermosura, duele!», te oí decir. Y cuando, un poco sorprendido, me volví a mirarte, vi correr lágrimas por tu cara. […] Era otoño. Estábamos pasando algunos días en mi recuperada tierra granadina. Habíamos subido a la Alhambra y, olvidados, paseábamos por los jardines del Generalife, bordeando los arriates de arrayanes, junto a los macizos de flores, alrededor de las fuentes, bajo un cielo de azul perfecto, sin otro ruido que el continuo rumor del agua y algún gorjeo del pájaro que tal vez ha saltado de una rama a otra.

«Retrato de un caballero», La niña de oro y otros relatos

Según cuenta la leyenda, subiendo la escalinata frente a la entrada principal del Padre Suárez el casi centenario exalumno Francisco Ayala miró hacia arriba, a su izquierda, y preguntó: «¿Dónde está el tigre?». Como se sabe muy bien a qué tigre se refería, la única duda que tenemos es su emplazamiento –desde el Gabinete de Ciencias Naturales original– antes de pasar a su presente sitio de honor en el Museo de Ciencias.

Carolyn Richmond, «¿Dónde está el Tigre?»

Después de habernos hecho contemplar los diseños y colores maravillosos de la extática mariposa, invierte con mano delicada el coleccionista su pequeño sarcófago de cristal para mostrarnos otra maravilla: por el reverso, las alas simulan una hoja seca, con sus tonos ocres, sus nervaduras, y hasta –alarde virtuoso de la naturaleza artista– esas manchitas de moho y esos agujeritos del follaje otoñal.

«Mímesis, némesis», El jardín de las delicias